Rafael Sanz, estibador jubilado y voz viva de toda una generación de trabajadores portuarios
Diario del Puerto
Hay dos palabras que definen la profesión de estibador en cualquier época: evolución y adaptación. El pasado 15 de junio, un grupo de estibadores jubilados se reunió para celebrar el 50 aniversario del inicio de su carrera profesional como trabajadores portuarios en la dársena valenciana. Con ese motivo, Diario del Puerto entrevista a Rafael Sanz, que pone voz a toda esa generación que durante más de 30 años se dejó algo más que su fuerza de trabajo en los muelles.
4 de enero de 1974. Primera hora de la mañana. Rafael Sanz tiene apenas 20 años. Es su primer día como estibador en el Puerto de Valencia. Hace un frío que cala hasta los huesos, provocado por esa humedad que sólo quien ha pasado más de media vida pegado al mar conoce, pero poco importa eso cuando empiezas un nuevo trabajo. Ser joven y estar ilusionado es lo que tiene, puedes con todo. Tras estar algún tiempo en una agencia de aduanas, ha decidido cambiar de aires y trabajar en la riba, como ya hicieran antes su padre y su abuelo.
La Dársena Interior del puerto de Valencia bulle de actividad. La cercanía del día de Reyes hace que los tinglados parezcan un hormiguero donde nadie descansa. Rafael ya conoce el que será su primer trabajo como portuario. No recuerda el nombre del barco, ni falta que hace. Lo que nunca olvidará son los sacos de azúcar de 100 kilos que hubo que descargar de la bodega. En esos años, había poca maquinaria que hiciera más llevadera la tarea. Alguna que otra carretilla que hacía el camino desde el pantalán donde estaba atracado el barco hasta el almacén y viceversa, pero poco más. “En esos años ser estibador era cuestión de voluntad, pero, sobre todo, de mucha fuerza bruta”, recuerda Rafael.
Los muelles estaban repletos de sacos, paquetes de madera y troncos, una estampa prácticamente inconcebible hoy en día, donde el contenedor se ha convertido en el rey del transporte marítimo mundial.
Es en este escenario donde Rafael Sanz, “Cabrero”, como se le conocía y se le conoce en la actualidad por sus antiguos compañeros y también por muchos estibadores aún en activo, empezó su andadura como trabajador portuario. Provisto de un chaquetón propio para los duros días de invierno junto al muelle -“que sólo te quitabas cuando empezabas a sudar”- no quedaba otra que tirar de brazos, espalda y piernas para levantar los sacos. “Antes las empresas no te daban nada, sólo una chaquetilla de tela. Los guantes y los ganchos los tenías que traer de casa”. En la estiba de los años 70, “pocos trabajos livianos había, lo peor eran los sacos y los troncos”.
No hace falta ser muy inteligente para llegar a la conclusión de que la siniestralidad y la peligrosidad era mucho mayor en esos años. “De todos los que comenzamos a trabajar en 1973 o 1974, quien no sufre de la espalda o de dolores en huesos y músculos, tiene problemas pulmonares por el amianto”.
“Ahora es mejor, las operativas están más mecanizadas, no todo es tan físico”, celebra.
A pesar de la transformación que ha sufrido la Dársena Interior del Puerto de Valencia, Rafael recuerda perfectamente dónde se realizaba cada operativa y la mercancía que se cargaba o descargaba en cada zona.
Parado junto al Tinglado 2, vuelve la cabeza hacia la grúa flotante, restaurada en 2015 y que hoy se yergue junto a parte de su maquinaria entre la calle de la Reina, el Tinglado y EDEM, la escuela de negocios de La Marina. Cuando “Cabrero” comenzó a trabajar en 1974, esa grúa ya llevaba casi 50 años operando. “Se utilizaba para descargar maquinaria pesada y piezas y bloques de granito. Una vez contratada, se llevaba con una plataforma tirada por remolcadores hasta el barco”, recuerda.
Los apodos eran algo común entre los trabajadores portuarios. Motes como “Cabrero”, “Vinagre”, “Buen ladrón”, “Chato”, “Ginebra”, “Guitarra”, “Peluca” o “Mono” se oían casi todos los días en la riba, mucho más que los nombres de pila de los estibadores.
Terminal Norte
Los estibadores no han permanecido ajenos a todos los procesos de crecimiento del Puerto de Valencia. “Siempre los hemos vivido con cierta tranquilidad”, porque los profesionales como Rafael sabían que suponía no sólo más trabajo para el colectivo, sino más riqueza para la economía. Con la experiencia vivida con la Ampliación Sur y la construcción del Muelle Príncipe Felipe, Rafael mira hacia la zona norte del puerto, sin acabar de entender muy bien la polémica suscitada en torno a la nueva terminal.
Huye del conflicto político, y reconoce que los que protestan contra esta infraestructura “tendrán sus razones” para hacerlo, a pesar de que “es una cosa acabada hace años”. Para Rafael, el cuestionamiento de la infraestructura llega tarde: “Cuando empezaron las obras de la Ampliación Norte y las inauguraron, no recuerdo a nadie poniendo el grito en el cielo”.
“Ahora -concluye- todo son problemas en Valencia, cuando en otros lugares nadie hace ruido”. Con el futuro marcado por una terminal automatizada, se nota cierto tono de resignación en sus palabras: “Contra el progreso no se puede ir”. Evolución y adaptación. Ese es el sino de los estibadores. Fue el de Rafael y el de toda una generación.
Troncos. La siniestralidad y la peligrosidad era mucho mayor en los años 70 y 80 del siglo pasado, sobre todo cuando había que descargar troncos de madera. Rafael tuerce el gesto al recordarlo. Aunque nunca sufrió un accidente de forma directa, sí fue testigo “de un par bastante gordos”, pero no da más detalles. En estos casos, recordar duele. A lo largo de sus más de 30 años como estibador, muchos compañeros se han quedado por el camino, y eso es algo que no se asimila fácilmente.
“Manos” más grandes. En la década de los 70 del pasado siglo, alrededor de 1.500 estibadores trabajaban en el Puerto de Valencia, una cifra similar a los que en 2023 integran el Centro Portuario de Empleo. Entonces, un barco de saquerío se llevaba alrededor de un centenar de trabajadores. En total, cinco manos, y por cada mano, nueve estibadores destinados a bordo del buque y otros diez a tierra. La diferencia con los equipos de trabajo de hoy en día es abismal.
Evolucionar y adaptarse, o morir. Los barcos fueron haciéndose más grandes, y el contenedor llegó a la logística portuaria y marítima para poner patas arriba el shipping de entonces. Descargar sacos y troncos a granel empezaba a ser el pasado. Había que adaptarse. Y toda esa generación lo hizo. Sacarse el carné de camión fue uno de los primeros pasos. Después vino una intensa formación para llegar a ser clasificadores, manipuladores de grúa y, por último, capataces, categoría en la que “Cabrero” trabajó hasta su jubilación. Hoy día, sentado bajo la “Pamela” de Manolo Valdés, en La Marina, mira a lo lejos las siluetas que dibujan las grúas en el horizonte. Rafael ha vivido la evolución de la maquinaria portuaria: “Ahora las grúas son muy modernas, pero hasta 2008 las he vivido y las he trabajado”. Y se muestra convencido de que “hoy también podría operarlas, me costaría, pero lo haría”.
La Dársena Interior, punto neurálgico del puerto en los 70. La Dársena Interior del Puerto de Valencia no era ni de cerca la zona ciudadana que es hoy en día. En la década de los 70 se cargaban en toda esa zona frutas y productos perecederos hacia las Islas Baleares, y se descargaba el correo y demás mercancías que llegaban de ultramar. En el Tinglado número 5 se descargaban los plátanos de Canarias. Años más tarde, sus muelles vieron los primeros contenedores con destino a las islas.
Labor sindical “diferente”. Rafael ejerció durante algunos años como delegado sindical. Antes, “hablábamos directamente con los empresarios, los conocíamos”. Más de un gran acuerdo se fraguó en la sobremesa de una comida donde “sabíamos llegar a entendernos” y conseguir lo que Rafael llama con cierta nostalgia “arreglos”. Había empresarios “muy duros, como Perfecto Palacio”. Rafael esboza cierta sonrisa al recordar “lo que costaba llegar a puntos de encuentro”. Hoy, “todo eso es impensable”, lamenta.
Jornadas de trabajo “de locura”. Hoy en día, los trabajos de la estiba en los puertos se organizan en cuatro turnos de seis horas, y las aplicaciones de contratación ayudan a saber cuándo hay que trabajar. Rafael medio sonríe y compara. En la década de los 70 había tres contrataciones al día en una especie de jornada partida “de locura en la que, por ejemplo, empezabas a trabajar a las 8, parabas a comer a las 12, volvías con el estómago lleno a las 2 de la tarde y te ibas a las 6 a casa”. Y no había aplicaciones: no quedaba más remedio que acercarse al puerto antes de cada turno.